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Llevo unos días observando a las nenitas que llegaron nuevas de la corriente regular. Esas pecadoras del mal con esos uniformes confeccionados por el mismo demonio. ¡Provocadoras, lujuriosas, pecaminosas! El tiempo que llevo laborando como jardinero aquí en el nivel vocacional he ungido a decenas de ellas, así intento liberarlas del mal de la juventud, la belleza y la coquetería.
La primera que tuve en la lista en este curso es una que es muy curiosa. Desde sus primeros días se la ha pasado tomando caminatas a solas por el plantel después de finalizar las clases. Esta nena siempre viste con un satánico jumpercito muy ajustado y extremadamente cortito, demarcando su endemoniada figurita.
Estuve al asecho durante días hasta que cierta tarde, la atrapé mientras caminaba solita. Sin demorar, rápidamente con mi lengua ungida por el señor le lambí sus satánicos muslitos liberando su alma del mal que la poseía. Al ver que mi esfuerzo era inútil, incrementé mi labor de sanación y llevé mi ungida lengua hacia los canales de perdición, le di lengua entre sus nalgas, sacrificándome ante ése poder demoniaco. Tuve que apretar esos muslitos y sobarlos intensamente para lograr liberal esta pecadora de los demonios seductores que la atormentaban.
Mientras luchaba contra esa legión de demonios, la nena se me escapó. Tuve que seguirla hasta el salón de arte, en donde sus demonios buscaban refugio. Allí la atrapé y continué con mi labor de limpieza espiritual sobre esa desdichada pecadora. Debía incrementar la intensidad de mi labor, así que preparé el supositorio de Cristo, sujeté a la nena por su cinturita y con mi ungida mano le froté a la nena su herramienta del diablo. Me urgía santiguarla con mi sacro supositorio, ella debía recibir mi leche santificada a través de los orificios de la perdición.
Cuando emprendía la labor ella se me zafó una vez más. Volví a alcanzarla, pero esta vez no se me iba a escapar. La sujeté fuertemente, le bajé sus panticitos y alcancé con el supositorio de Cristo sus satánicas nalguitas. Sin piedad ni misericordia comencé mi labor de ungirla. Lo hice despiadadamente para poder liberar a esa nena de los demonios. Pude escuchar los gemidos y gritos de los demonios a través de la boquita de ella. Eso era indicativo de que pronto los enviaría hacia el aberno, así que incrementé mi furia hacia ellos. No tardó mucho en que mi sacra leche atacara a ésos demonios. La nena cayó retorciéndose de dolor, eran los demonios manifestando su angustia. Les advertí a esos demonios que si no dejaban en libertad a esta pobre criatura pecadora, mañana los castigaría severamente.