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Me encontraba con mi pupila Zoé en el gimnasio realizando nuestra rutina, siempre vamos a una hora que está vacío, pues además de ser fotógrafo, soy entrenador y estoy a cargo de la rutina de Zoé. Tengo que ser fuerte ya que Zoé siempre viste con unas diminutas falditas que encienden la lujuria y la bellaquera en cualquier macho.
Siempre que estamos en el gym me he percatado de un tipito que siempre coincide todos los días en las estaciones conmigo y con Zoé. El tipito debe ser guiado por algún impulso perverso ya que siempre la tasa de arriba abajo, y es de esperarse, Zoé es muy deseable. Mientras trabajábamos con las pesas libres, finalizando la rutina del día, Zoé me pidió que le sacara una foto. Como de costumbre, el tipo estaba muy cerquitita de Zoé, lo suficiente para estirar su brazo y alcanzar los muslitos de mi pupila. Pude leer las pervertidas intenciones escrita en el rostro del tipo que tenía su vista enclavada sobre los muslitos de Zoé. Eso activó mi pervertida malicia. Sé que a Zoé le apasiona posar y que sostendrá dicha pose el tiempo que sea hasta que esa foto sea tomada.
Me ingenié una prueba para corroborar ¿cuánto tiempo Zoé mantendría su inmóvil pose? Y ¿cuánto tiempo el tipito resistiría su deseo por tocar y sobar?
Le di el comando a Zoé para que posara, de reojo miré al tipito, de su ser emanaba un pudor lascivo, deseoso por palpar el muslaje de mi pupila. Zoé posaba, esperando, fingí problemas técnicos; el tipo se veía muy desesperado. Presencié como su mano, tímidamente se posó sobre el muslaje de Zoé. Los sobaba con este único gusto que lo llevó a sudar copiosamente. Zoé mantenía su postura, en silencio, inmutable a la robusta mano que le sobaba intensamente sus piernitas.
Para mi sorpresa, Zoé levantó la piernita que estaba siendo degustada por el pervertido. Eso le incrementó la confianza al tipo. Su lasciva mano intensificó su torque, apretaba los muslitos y las nalguitas de Zoé, ella mantenía su postura. El tipo coló un dedo a través del borde de los panticitos de Zoé y lo insertó profundo en el orgullo de mi pupila. Lo estaba retorciendo vigorosamente como culebra que ataca a su presa. Eso me excitó a tal grado que llevé mi mano adentro de mi sudadera, alcancé mi salchicha del amor y la comencé a puñetiar despiadadamente, Zoé se percató de mi acción. Observé como ella lagrimeaba, gemía en voz baja, se contorsionaba. El tipo se le acercó arrodillado y con su gruesa lengua comenzó a darle brocha caliente al muslaje de Zoé a la vez que también llevó su mano a su morronga y no pudo evitar puñetiársela sin compasión.
Ella presentaba un cuadro ambiguo, entre disfrute y molestia. Yo proseguía puñetiándome sin misericordia, mi mamerro comenzaba a dolerme a la vez que expedía las primeras gotas de baba de pingo.
No pude resistir y reventé en una erupción de fluidos bichales en mis calzoncillos, una pegajosa cataplasma me incomodaba, así que di por concluida la prueba, tomé la foto y repentinamente Zoé se apartó de su sanguijuela machorra. El tipo calló de rodillas mientras una enorme mancha obscura se manifestaba en su sudadera y sus manos chorreando los jugos chochales de Zoé. Ella nos observó con indiferencia a lo ocurrido, como si nada hubiese pasado. Solamente me increpó: -¿Terminamos, nos vamos?