×
Hace varios años cuando mi sobrinita Sofía se estaba tornando en una nenita bien deseable bien desarrolladita, comencé a verla con otro interés. Ahora la nena deseaba mostrar sus encantos vistiendo menuditas falditas o trajecitos. Eso me encendía una jodía bellaquera conflictiva, pues era mi adorada sobrinita. Desde que mis 3 sobrinitas comenzaron a desarrollarse, yo comencé a visitar más a mi hermanito. Intentando quedarme a solas con la mayor, Sofía, la llevé cierto día de paseo. Caminando por la ciudad vieja nos detuvimos frente a un antiguo edificio para sacarle varias fotos a mi sobrinita y subirlas a las redes. Ella con su minúscula faldita de mahón me estaba causando un shock entre mis neuronas. Planifiqué ubicarla en ese lugar pues, en ese arbusto residían 2 hediondos y ebrios deambulantes que cuanta fémina pasaba cerca del arbusto, ellos la tocaban. Deseaba comprobar se era cierto que Sofía cuando posaba para una foto mantenía su pose sin importar lo que ocurriera. A de que la ubiqué frente al arbusto y posó. A los pocos segundos inició el movimiento inusual entre la vegetación, repentinamente 2 manos emergieron de ahí y comenzaron a sobarle descontroladamente los muslitos a la nena.
La expresión de desagrado se dibujó en el rostro de mi sobrinita, pero mantuvo su postura. Eso me puso bien bellaco, yo estaba deseoso por participar, pero mi conciencia me lo impedía. Sofía con su mirada me insinuaba que los detuviera. Desesperadamente llevé mi mano a mi bolsillo, alcancé mi morronga y la puñetié atrozmente hasta que escupió una pastosa cataplasma de emulsión de macho en mis calzoncillos. Los pordioseros continuaban con su atraco lascivo, uno le amasajó su nalgaje como si fuese masa para hacer pan mientras el segundo logró obtener acceso a la intimidad de mi sobrinita y le frotó con mucho coraje los gajitos. Pude escuchar el sonido que emergió su chochita cuando fue atormentada; martirizada por esos bruscos dedos. Me reincorporé, tomé la cámara, inmediatamente le cambió el semblante a Sofía, de enojo a inocencia, pero segundos después las rodillitas de Sofía flaquearon y se desplomó. No pudo aguantar el embate de esos lujuriosos dedos sobre sus tiernos gajitos. El movimiento en los arbustos cesó, las lascivas manos del arbusto desaparecieron. Yo tomé a mi sobrinita y la cagué pues no podía caminar.