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Hace años, cuando era más nenita, me encontraba a solas en el laboratorio con mi maestrito, que era cuñadito del director. Yo, estaba muy apuradita por finalizar mi proyectito de química. Desde que había llegado, mi maestrito no me quitaba la vista de encima, y eso que Él era un pendejo predicador, extremadamente fundamentalista y moralista. Percibí que él estaba extremadamente deseoso, como por llevar sus sátiras manos a mis muslitos y sobarme toíta.
Como, quien no quiere la cosa, mi maestrito, rodó su sillita hacia mí. Pude sentir, el calor de macho bellaco que emanaba de él. Pude escuchar en el silencio del laboratorio, sus excitados y lujuriosos latidos. De mi maestrito emanaba un pudor de inmenso deseo, por tocarme y sobarme. Yo estaba bien alerta.
A leguas, se notó su lucha interna, entre la lujuria, y sus rancios fundamentos religiosos. Por eso es que me encabrona la estúpida gente fanática religiosa. Se, que el largo de mi faldita, le causó en su estéril mente, un conflicto entre el deseo y la estupidez moral.
Pero, los deseos de lujuria y pasión, detonaron la mente de mi maestrito.
Comenzó lentamente, a acariciarme indiferentemente con sus dedos, mis redonditas nalguitas, mis carnosos muslitos y mis tonificadas batatitas. Eso me encabronó, pero como soy una nena bien educada y obediente, me quedé calladita y quietecita. Él estaba esperando ver, en mí, alguna reacción de molestia. Pero como dije, me quedé quietecita y tranquilita, aunque estaba muy encabronadita.
Eso excitó a mi maestrito tanto, que introdujo sus lascivos dedos de predicador pervertido entre mis nalguitas. Los retorció a dentro de mí, los sacaba y los entraba profundamente, una y otra vez mientras vociferaba estúpidas, e hipócritas alabanzas pentecostales. Luego, burló la seguridad que me brindaban mis panticitos, alcanzó mis gajitos, e introdujo sus bellacos dedos en mi chochita que estaba bien mojadita.
A ese punto, mi maestrito se detuvo. Por su mano, comenzó a chorrear una gran cantidad de leche de pingo que, yo, llevaba a dentro de mi chochita. Él me reprendió, me reclamó, estaba bien dis que, decepcionado conmigo, porque él, tenía la esperanza de, que me convirtiera en una nenita de cristo. Se puede ir al mismísimo carajo. Esas nenas cuando crecen, se convierten en berenjenas, o en papas de asar. Se ponen bien feas y barracas.
A mi maestrito, le tuve que confesar, que esa lechita, era de papi, que me había clavado bien duro esa mañanita antes de salir de casa. Mi maestrito me reclamó, que a dentro de mi chochita, había leche como de tres pares de cojones. Tuve que seguir confesándole, que tambiÉn mi tío me había disfrutado de mí al espetarme bien duro su pingo cenizo, después de que papi terminó conmigo. Mi maestrito, que no es pendejito, me reclamó una vez más. ¿Y el tercero?;
Le dije que el tercero fue el chofer del bus, que cuando nos detuvimos para bajar en el estacionamiento de la escuela, se me arrimó por detrás y me dio un chino bien cabrón, me removió mis panticitos y me clavó también, bien duro, sin piedad ni misericordia. Nadie se dio cuenta pues yo era la última que quedaba, y estaba recogiendo mis libritos que se me habían caído. Ahí el bellaquito del chofer se aprovechó.
Eso parece que excitó a mi maestrito que frenéticamente y vigorosamente comenzó, a retorcer sus lascivos dedos a dentro de mi chochita.
Los dedos de mi maestrito terminaron, bien empapaditos de mi caldito de nena. Esto me estaba causando un tremendo atraso en mi proyectito. Para completar, mi maestrito comenzó a lamberme y a chuparme, mis nalguitas y mis muslitos, mientras seguía introduciendo vigorosamente sus dedos en mi intimidad. Sentí cuando esas 3 leches de macho, se chorrearon y lubricaron los dedos del maestrito.
Esto me hizo explotar en un berrendo, clímax de placer que yo no deseaba. Entonces fue, cuando mi maestrito se sacó su, según él, su ungido pingo, y, dis que, me iba a ungir metiéndome esa gorda morronga en mi chochita, pues según él, dis que, su lechita fue ungida en tierra santa, y él quería limpiar todo el pecado que llevaba en mí. Lo que iba a ocurrir, es que el muy cabroncito, me iba a rellenar aún más con toda su leche de macho. Él seguía sermoneándome para convencerme de meterme ése pingo cenizo, que ya estaba comenzando a gotear babita. Así, que lo que hice fue, una acción desesperante, algo que con mucho, gusto, mi hermanita Aidita haría; me arrodillé, agarré ése pingo, y me lo llevé a mi delicada boquita, y no hice más que pasarle, mi tibia y húmeda lengüita por su cabecita, que su mamerro, expulsó esa emulsión de macho profundo en mi gargantita. Como todas, sabía asqueante, estaba bien pegajosa y chiclosa. Pero apagué las ansias, que mi maestrito tenía por clavarme bien duro.
Al fin, no pude concluir con mi proyectito.