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Cierto día tuve que cubrir al maestro de biología, solo soy un conserje, pero el maestro le dejó trabajo para realizar. Yo solo las cuidaría. Allí divisé a mi princesita vistiendo otro estilo de jumper, uno con una raja en su cortita faldita. Era Sofía, una nenita que me vuelve loquito. Estaba sentadita exactamente al frente del escritorio, en dónde yo me había ubicado; cruzó sus piernitas ofreciéndome una vista que me causó que mi pulso se agitara, comencé a sudar como un cabro en celos. Un impuro e indecente deseo inmediatamente invadió mi mente. Desesperadamente ansiaba saltar sobre ella y con mi lengua darle brocha caliente a ése muslaje, recorrer esas rodillitas, morder esas batatitas; tornar mi boca en una poderosa ventosa y chuparle sus gajitos hasta que ordeñara todo ése néctar de juventud femenina. Ella se percató del trance lujurioso en que me encontraba por ella. No aguanté y disimuladamente, sentado tras el escritorio, llevé mi mano hacia mi bragueta, la bajé, alcancé mi morroga y la puñetié despiadadamente, con una terrible furia. Ella continuaba obserbando mi sufrimiento y pícaramente me sonreía. La clase finalizó, todas entregaron sus tareas y se marcharon, era la hora de almuerzo. Ella se quedó, estábamos a solas. Se levantó, caminó hacia el escritorio, mi atrevida mano no pudo contenerse, desatendió a mi mamerro y se aferró al muslaje de la nena. Ella no argumentó, se quedó calladita y calmadita, se que ella es una nena muy disciplinada y muy obediente con los mayores aunque es muy grosera y bien malcriadita. La sujeté por su delicada y tierna cinturita y la senté sobre mi falda, en dónde mi vástago del romance y la pasión se encontraba inquieto, agitado, desesperado por probar. Mi vástago realizó múltiples intentos por fusionarse con ella, pero sin éxito, Sofía sabía como evitarlo. Aún así la mantuve culetiando sobre mi falda. Ella se mantuvo serena, mansa y complaciente hasta que mi mamerro tuvo éxito y se metió despiadadamente profundo en su intimidad. Ella soltó un grito. Me imploraba que me detuviera, pero en el estado trance bellaco en que me hallaba impidió que la liberara. Así que incrementé mi despiadado castigo, ella gemía, intentaba liberarse, pero mi frenesí la mantenía bien sujeta a mí.
En 4 ocasiones descargue borbotones de mi suero de cojón profundo en Sofía, mi estado de euforia me recargaron mis energías inmediatamente permitiendome mantenerla sujeta mientras la clavaba ferozmente. Esta campaña se mantuvo durante ¾ de hora y no fue hasta que sonó el timbre de regresar que solté a mi princesita y con una expresión de enojo se marchó a su próxima clase repleta de mi extracto de macho.