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Monét se presentó, una vez más a mi estudio. Llevaba algunas sesiones a precios muy por debajo del costo, ella sabía cómo hacerlo. Ese día la chica se presentó vistiendo un cortito trajecito magenta con encajes, unos suecos de madera y cuero. Eso me dejó embabao.
Mis ojos se enfocaron hacia esos carnosos y deseables muslitos, hacia sus redonditas nalguitas, pero me embellacaron esas paraditas y perfectas tetitas, parcialmente cubiertas por el encaje. Se me acercó y me preguntó y con su sensual y suave voz: -¿Me veo linda?-
Mi corazón se exaltó en un potente impulso manejado por una insólita bellaquera.
Mis atrevidas manos comenzaron a acariciarle, a sobarle sus tonificadas piernitas.
Llegaron hasta sus nalguitas y frenéticamente las apretaron. -Suave Vigo, no te pongas tan bellaquito, ejecutemos la sesión.- replicó ella.
Inicié la sesión, ella con mucha coquetería me pidió que la asistiera en las poses.
La asistí, pero mis osados dedos pecaron introduciéndose despiadadamente entre sus voluptuosos muslitos, alcanzando sus húmedos gajitos. Todo fue un desenfreno de pura lascivia.
Ella me reclamó con un tono tan coqueto y pícaro:
- ¡Aquieta esos bellacos y pervertidos dedos, calma!-
-Los estás retorciendo desesperadamente.-
Ella retiró mi mano de sus gajitos, yo me pegué como una ventosa a sus muslitos y los chupé con una potencia de 2 aspiradoras industriales. ¡Detente, me estás marcando toíta! - Exclamó ella.
Bajé revoluciones y continué dándole brocha caliente y húmeda. Le dejé los muslitos con zendo lapachero de mi baba.
Ella me permitió un rato de intenso placer lascivo.
Proseguimos con la sesión.
Sus tetitas me estaban descontrolando; me acerqué a ella y no pude resistir y le planté un fogoso beso de lengua. Vigorosamente chupé esa delicada lengua. Ella me correspodió apasionadamente, sentí como su lenguita recorrió mis encías. Posé mis manos sobre sus chupables tetitas, como no llevaba puesto brasier, bajé el tope de su trajecito y dejé al descubierto sus tetitas. Eran las más redonditas y firmes que yo haya palpado en mi jodía vida. Mi boca se arrimó a esos paraditos pezoncitos y comencé a chupar arrebatadamente.
Ella me observaba en silencio, quieta, muy dócil. La bellaquera que energizaba mi ser me llevó a bajarme la bragueta y sacarme mi apestosa, sudorosa y pegajosa morronga.
Yo deseaba clavármela salvajemente, rellenarla con mi emulsión de macho.
Ella se percató de mis pervertidas intenciones. Con una sensual y pausada voz acentuada con mucha picardía me dijo que debía marcharse.
Así lo hizo, dejándome con unas terribles ganas. Como de costumbre terminé en el baño puñetiándome ferozmente, haciéndome mucho daño.