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Monét se había apropiado de las claves de la prueba de física para vendérselas a un precio módico a las más brutitas de la clase, pero algunas de sus compañeras la delataron y la enviaron ante el director.
Allí el director la interrogó, y ante, su negación de culpabilidad, decidió someterla ante un intenso registro. Así que llamó a la oficina al pervertido del entrenador para que realizara el registro. Una vez en la oficina el entrenador la rebuscó mientras el director, sentado en su lujosa silla disfrutaba con mucha lujuria del cateo que le realizaba el entrenador.
El entrenador se concentraba en buscar supuesta evidencia, pero en realidad lo que hacía era aprovechándose de la situación sobándole deseperadamente los muslitos y sus nalguitas de la manera más lujuriosa imaginable. Estrujaba vigorosamente las nalguitas de la chica, las besaba, les daba mucha brocha babosa y caliente. Fue cuando el director entró en una frenética bellaquera, que se sacó su morronga y comenzó a puñetirase desesperadamente.
El enfermito del entrenador, burló la seguridad que le brindaban los panticitos a Monét, e introdujo sus lascivos y pecaminosos dedos en su chochita y los retorció frenéticamente, bien furiosamente. Monét le reclamaba que ahí no encontraría evidencia.
Fue cuando, se arrimó detrás de la chica, y le proporcionó un jodío brochazo bien baboso entre sus nalguitas.
El director se deleitó tanto con la escena que entró en un estado de un terrible trance de bellaquera que mientras se puñetiaba despiadadamente, reventó en una senda erupción de fluidos bichales.
Lo que ocurrió después solo lo sabe Monét.