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Había solicitado una silla prestada a otro profe, el mismo me envió una banqueta con Leiba. La alumna se presentó a la puerta de mi salón con el más cortito uniforme que jamás haya vestido. Sonriente y coqueta quiso mostrarme además sus nuevos parches. Mi vista se enfocó en sus deseables muslitos. Ella hablándome de sus logros y sus parches y yo soƱando con sobarle esas piernitas y darle brocha vigorosamente.
Lo único que entendía de sus palabras era un bla-bla-blé. Mi mente se fue en viaje, deseaba sujetarla por esa cinturita, arrodillarme frente a ella chuparle y lamberle ardientemente esos muslitos. Me urgía hacerla entrar al salón para poder complacer mis impuros deseos.
Estaba bien bellaco, sentía mi sudorosa y rebosante morronga latiendo desesperadamente.
Ella continuaba con su vil y cruel tortura. Con una mano tomé la banqueta y con la otra uno de sus delicados bracitos y entramos al salón. Ella percibió mi desesperada ansiedad por sobar esos muslitos. Llevé mis manos sobre su suave piel, sobé con una acrecentada lujuria ese muslaje, ella se mantuvo en silencio, quietecita, con una pícara sonrisa plasmada en su carita. La desenfrenada bellaquera que conquistó mi mente causó que mi pulso incrementara peligrosamente. Percatándose Leiba de mi estado, interrumpió el deleite que ella me concedía. -Profe me voy antes de que le cause una trombosis-
Dio media vuelta y en un movimiento fugaz sed fue dejándome con un terrible deseo por clavármela despiadadamente.