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Paseaba con mi adorada sobrina por la ciudad antigua, cuando ella se antojó de tomarse unos traguitos, ella no tiene la edad para tomar. Pero hay que ver lo majadera que Laurita es. Yo seguía negándome. La ignoraba, pero sucumbí debido a que al igual que su primita Daína, mi adorada hijita, a ambas les fascina vestir con cortitos ajuares, y combinarlo con unos suecos holandeses, ésa provocadora fórmula me torna en un ser sin voluntad manipulado por un terrible impulso lascivo.
Hoy llevaba ella puesto solamente, sin ropa interior, un cortitito trajecito magenta de licra y en sus pies suecos holandeses. Eso me tenía a sudando la gota gorda, me sentía como un cabro en celos. Así que como no quiere la cosa, ella entró a un edificio en ruinas, dis que, para ver su antigua estructura.
Mientras nos adentrábamos a la estructura, el sonido de la madera de sus suecos golpeando el piso me desquició, me puso bien bellaco, con unos incontenibles deseos de agasajarla, de sobarla y darle brocha.
Como ella siguió jodiendo, mis pervertidas lascivas intenciones se encendieron, entré a una de las habitaciones, ella de ingenua me siguió, al llegar a la parte mas obscura, me bajé mi bragueta y saqué mi rebosante morronga y le exigí que si quería un traguito, tendría que ordeñarme bien rico y sabroso. Que la interacción de su boquita con mi intranquilo pingo debía escucharse en el estacionamiento. Ella se arrodilló mientras sus dos enormes bellos ojos me enfocaban, sujetó mi morronga que latía desesperadamente como gladiador que espera por un encuentro y comenzó a acariciarla sutilmente con sus labiecitos. Mi morronga inmediatamente comenzó a supurar babita de pingo, la cual humedeció sus labiecitos. Luego abrió su tierna boquita e introdujo la cabecita de mi mamerro en ella. La acarició con su tibia lengüita e intentó introducir mi holgado mamerro profundo en su gargantita, hasta sus amigdalitas. Pero un buche de un amargo y acidoso vómito hizo su intento por salir, pero ella lo aguantó en su boquita durante unos segundos, ese buche de vómito caliente y acidoso calentaba mi maceta de la pasión. Laurita no permitió que saliera, lo tragó. Eso me descontroló, lo que desencadenó un bombeo de una cuantiosa cataplasma bichal en la delicada de Laurita. Sé que mi leche hombruna es de las más espesas, de las más chiclosas, de las más pegajosas, según opina mi hijita Daína. Era muy densa. Era como un pegamento que le amarró la lengüita a mi sobrinita. Intentaba tragarla con inmensa dificultad, tosía, se ahogaba. Ahí me aproveché para evitar pagarle tragos a mi sobrinita, le impuse una condición. Ella no podía escupir ni una gotita si quería que yo le consiguiera sus traguitos. Tenía que mantenerla en su boquita saboreándola, degustándola hasta que llegáramos al primer bar que encontráramos.
Así que caminamos calle arriba al siguiente pub, pasamos un pub, y otro, y un bar, y otro; solo para corroborar hasta dónde Laurita era capaz de resistir.
Pude presenciar que ella quería deshacerme de esa plastosa leche que no podía tragar. Yo, pa'joder le daba conversación para que Laurita intentara hablar con esa cataplasma pegajosa que amarraba su carnosa lengüita. Cada vez que mi sobrinita intentaba hablar, se le trazaban hilos de crema de macho entre su lengüita y su paladar. Eso me excitaba bien cabrón. Al fin llegamos al último bar de la zona y ahí me apiadé de ella y le conseguí su traguito, el cual al tomarlo, le diluyó un poquito esa jodía intragable leche de mis berrendos cojones, la cual con mucha dificultad pudo tragar. Había encontrado el método de satisfacer mis impuros deseos que siempre he tenido con mi sobrinita. Cada vez que Laurita deseara un traguito, había que repetir el mismo proceso. Solo puedo decir que llegué a mi casa con mis berrendos cojones drenados.