× Después de mi primera clasecita, paso al salón de ciencias. Es la clase que menos me gusta. El profe me ubicó en un pupitre cerquitita de él con la pervertida intención de ligarme y hacer cerebrito conmigo. Él se pone grave cuando yo, sentadita en mi pupitre, cruzo mis piernitas y las muevo a un ritmo suave y seductor. Eso lo deja bien nerviosito. Disimuladamente lleva su mano a uno de sus bolsillos y comenzaba a puñetiarse despiadadamente, haciéndose mucho daño. En ocasiones, se frotaba su salchicha del amor tan y tan cabronamente duro, que sus fluidos bichales se le escapan a su pingo y manchan sus pantalones. Ese es su talón de Aquiles.
Para ese entonces, me di cuenta, que el profesor de ciencias tenía un urgente deseo de satisfacer su incontenible lujuria lasciva conmigo. A de que, ese día, al finalizar mi última clasecita, esperé a que todos se fueran y pasé al laboratorio de mi bellaquito maestrito. El sabía que estábamos solitos. Su mirada se fijó intensamente en el largo de mi faldita, que dejaba al descubierto gran parte de mis muslitos. Estaba babeándose bien cabronamente.
Había una clase de atmósfera tan lujuriosa en ese laboratorio, que se podía definir como la bellaquera más intensa jamás percibida. Como soy una nena bien interesadita, decidí tomar ventaja, ya que detesto esa clase. Así que procedí a subirme un poquito más mi faldita, me acerqué a mi maestrito y le dije que esa materia no me gusta, le pregunté… ¿qué podíamos hacer para resolver eso?
Eso lo puso bien nerviosito, pues captó mi lenguaje corporal. Y Sin poder aguantar su lujuria lasciva, y asimilando que había captado mi mensajito, el profe llevó sus pervertidas manos a mis muslitos y comenzó a acariciármelos lascivamente, mientras me susurraba que obtendría excelentes calificaciones sin tener que realizar tarea alguna. Mientras hacía eso, él se pegaba más y más a mis nalguitas. Hasta que comenzó a darme un chinazo bien cabrón. Sentía como su morronga se levantaba y hacía presión contra mi cortita faldita. La depravación se manifestaba en él, dejándolo en un trance de pura lujuria desenfrenada.
Luego, mientras me daba ése cabrón chinazo, mi maestrito, comenzó a pasarme su pulposa y larga lengua en mis húmedos y carnosos labiecitos. Chupaba desesperadamente mi boquita mientras decía que sabía a fresas. Tal vez sería, porque mi lápiz labial tenía ése sabor. Lo que puedo decir, es que mi maestrito se pegó como si fuese una poderosa ventosa a mis labiecitos y los chupó tan salvajemente, que hizo que mi lenguita terminara adentro de su boca.
Introdujo su pervertida lengua en mi tibia y húmeda boquita tan profundo que pudo acariciar mis amigdalitas con la puntita.
De repente, sentí, como una maceta gorda, que estaba ya babeando lechita, rozó mis muslitos y buscaba hacer contacto con mis gajitos. Era la morronga del profe que buscaba meterse en mi chochita. Pero gracias a mis panticitos, la labor se le estaba haciendo bien difícil pues, él estaba empleando todita su energía en chuparme mi boquita. Fue tanta la lujuria acumulada, que el mamerro del profe hizo erupción. Borbotones de crema de pingo se chorrearon por mis muslitos sintíendose bien calientita y pegajosa.
Mientras él me sobaba mis muslitos con su lechita de pingo como si fuese algún tipo de cremita para la piel, él me susurró a mi oído, que hiciéramos eso toditas las tardes, que eso sería como, realizar las tareas de su clasecita. Eso me agradó mucho pues era lo que buscaba, y acepté la oferta. Desde ése día, paso al final de las clases al laboratorio del profe para realizar mi tarea.
Laura cuenta como chantajió a su profe. (audio solo en español)