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Hace unos meses, cuando Daina era nueva en la academia se me acercó preocupada porque no había estudiado para una difícil prueba de ciencias que pronto tendría tomar. Ella pidió una tarea alterna. La malicia y la perversión invadieron mi ser. Sabíamos que ella es muy despistada, discreta y sabe guardar secretos lo que incrementaba mi lujuria. Se me ocurrió ofrecerle su tarea alterna; debía ella ordeñar mi morronga vigorosamente continuamente, sin interrupciones. A principio se mostró inquieta pues me comentó sabía que las morrongas supuran leche, le indiqué que era como la leche condensada. Eso la calmó y aceptó mi pervertida tarea. Nos encontramos en el baño de la facultad que se encuentra a un nivel más bajo por lo que hay que usar escalera. Yo me quedé en el primer escalón y me saqué mi rebosante morronga que estaba ansiosa por estar dentro de la tierna boquita de Daína. Ella comenzó llevando sus húmedos labios sobre mi rebosante cabeza probando, verificando si era cierto que sabía dulzona pero exclamó desesperadamente que era un enorme y venoso mamerro, cenizo, lustroso, gordo, sudoroso, largo, cabezón y con una inmensa peste a gueba. Pero aún así introdujo mi mamerro profundo hasta la mitad. Su tibia boquita era como un paraíso para mi maceta del romance la cual pudo alcanzar su calientita gargantita. Lo mantuvo durante 10 minutos profundo sin sacarlo, saboreando, degustando mi plátano del amor hasta que comenzó a supurar baba de cojón. Ella la probó y señaló que era lo más asqueante que había probado. Ella se quejaba que la peste a gueba sudorosa sin aseo le causaba unas terribles ganas de vomitar, que era totalmente desagradable, asqueante y horripilante. Me reprochaba que la había engañado, que la baba de cojón no era dulce como la leche condensada. En eso empujé despiadadamente mi vástago venoso profundo hasta mis berrendos y corrugados cojones. Lo hice repetidamente, Daína hacía el gesto de vomitar pero mi vil y cruel morronga le cortaba el paso hacia el exterior,hice que se tragara su vómito una y otra vez. Su estomaguito seguía reaccionado con contracciones que expulsaban el vómito. Que cada vez que intentaba vomitar, este se mezclaba con la babita de mi pingo, más la crema de cojones. Ella exclamaba que sus amigdalitas estaban bien doliditas, que yo no le daba tregua.
Sus ojitos lagrimeaban constantemente ríos de reacción asqueante, eso me puso bien bellaco.
Pasados 43minutitos, mi estrepitosa morronga le estalló como un volcán de pura leche de macho obrero en su delicadita boquita. Era demasiado jugo de pelotas pelúas de macho, ella batalló como toda una heroína y con extrema dificultad. Mientras intentaba tragar esa cataplasma de consumé de cojón, un maestro entra y espantado nos reclama, Daína le indica que ella está haciendo una tarea alterna para la clase de ciencias a lo que este le contestó: -"Yo soy tu maestro de ciencias, ése es el conserje"