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Hay una nena en la clase de música estoy loco por clavármela bien duro. Ella estudia la percusión pero tiene unas enormes fallas. Me aproveché de su problema de ejecución y le sugerí que se matriculara en mis tutorías que ofrezco al finalizar cada día escolar. Como tenía unas excesivas ganas de tocar y sobar esos deseables muslitos, me inventé 3 requisitos para dicha tutoría. 1. El primero era poner los móviles en modalidad de avión, 2. el segundo es que no se permiten otras personas interrumpiendo, 3. y el tercero que debía venir ése día con el uniforme mas cortito que tuviera y quitarse toda prenda de vestir que tuviera debajo de su uniforme antes de entrar al salón.
Llegó el tan esperado día. Alexandria llegó y la recibí eufóricamente y tranqué la puerta con seguro para que nadie viniera a joder. Inmediatamente preparé la percusión, sin que ella se diera cuenta, me saqué mi salchicha del amor, tomé a Alexandria por su cinturita y me la senté en mi falda. Ella como que se sintió incómoda. Me dijo que sentía algo caliente y latiendo, que estaba intentando entrar entre sus nalguitas.
La calmé diciéndole que el propósito de sentarla era para poder sincronizar sus movimientos con los míos. A de que coloqué mis manos sobre sus muslitos y mientras ella ejecutaba, yo le sobaba sus muslitos atrevidamente.Ella me reclamó que yo no debería estar sobándole sus muslitos tan lascivamente. Poco a poco, mi morronga se agigantaba, buscando penetrar en los secretos de Alexandria. Ella quería que me detuviera, la convencí instruyéndola de que obtendría la inspiración necesaria para ejecutar correctamente. Así que la nena se tranquilizó y me la senté sobre mi rebosante güeba. Comencé a culetiar, a menearme bien frenéticamente, mi güeba latía, crecía, supuraba suero de cojón.
Yo seguía sobándole los muslitos a la vez que mi rebosante morronga buscaba abrirse paso entre sus nalguitas. Eso perturbaba la ejecución de la nena, se le hacía difícil encontrar el ritmo.
De repente mi travieso mamerro se desvió, alcanzó sus gajitos y se metió despiadadamente por su tierna, húmeda y tibia chochita. Ella gimió de dolor, eso me excitó. Seguido comencé a meterlo y a sacarlo despiadadamente marcando el ritmo que ella llevaba en las congas. Ella me suplicó que parara, que pronto me iba a venir como un becerro bellaco.
Alexandria estaba asustadita, no deseaba quedar preñaíta. Le indiqué que no se preocupara, que todo estaba bajo control.
Continué con mi lujurioso castigo, los gemidos de la nena subían de volumen. De pronto, mi macana de la pasión comenzó a supurar los primeros fluidos testiculares. Tomé a Alexandria por su cinturita, la sujeté por su dorada cabellera y metí despiadadamente mi plátano del amor en su delicadita boquita, lo que causó que explotara en un berrendo placer, bombeé mi consumé de macho como si fuese un jodío toro bellaco, desaté toda mi pervertida ira pasional. A Alexandria se le desorbitaron sus ojitos, lagrimearon mucho. Cuando ella iba a escupir toda esa leche de macho, la detuve, le indiqué que la tragara todita pues esa cataplasma era el elixir del conocimiento musical. Ella la tragó todita. Al día siguiente me reclamó que seguía con su problemita de ejecución, a lo que le respondí que requería varias sesiones como esa para lograr su objetivo.