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Me dirijía a tomar una pruebita de baloncesto, disciplina que no me agrada. Para safarme de esa pruebita llegué a un acuerdito con el entrenador.
El me indicó que para quedar exenta de dicha pruebita, me presentara a su saloncito cuando él estuviera sin estudiantes, ademas que debía ponerme el uniforme con la faldita mas cortita que tuviera y unos panticitos fáciles de quitar. Allí tomaría una pruebita placebo, osea falsa mientras él se deleitaba sobándome y lambiéndome mis muslitos.
Así lo hice pues no era la primera vez que transábamos a cambio de un gustito lascivo. Mientras me dirijía hacia su saloncito, noté que el enfermito del conserje me estaba persiguiendo con su morronga venosa y brillosa en mano, puñetíandose vigorosamente y despiadadamente, sin misericordia. Ya el sabía para dónde me dirijía, el motivo y lo que pasaría. Eso lo ponía bien bellaquito. Sabía que no dejaría de perseguirme hasta que le permitiera acercarse a mi para que untara mis muslitos con su unguento de cojón. A de que, así lo hice. Me detuve cerca de las escaleras y como alma poseida por una intensa lujuria, se acercó a mi y rozó en varias ocasiones su caliente y rebozante morronga contra mis muslitos hasta que explotó en una venida esterpitosa. Borbotones de unguento de cojón chorrearon por mis muslitos, los cuales el muy pervertido los sobó apasionadamente dejándolos brillosos y renovados con su baba de pingo. Solo así pude continuar hacia el saloncito del entrenador a ver que ocurrirá allá.