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Fue el sábado al medio día, cuando fui a buscar mis libritos que estaban en mi nuevo randoseru que lo había olvidado el viernes en el laboratorio.
Por suerte, o por desgracia, allí se encontraban tres peritos electricistas que habían concluido trabajitos en el área y se encontraban recogiendo sus herramientitas. Tan pronto entré, percibí, como yo me convertí en un elemento distractor. Los tres tipitos no me quitaban la vista de encima. Me estaban tasando toíta. Sus miradas proyectaban una energía pura de perversión, bellaquera y lujuria. Alcancé a ver mi randoseru y fui a tomarlo cuando de repente escuché algo rodar. Era el jefe de ellos, que rodó la sillita en que se encontraba y fue a parar detrás de mí. Me preguntó; ¿qué yo hacía ahí? Solita, tan provocativa y tan deseable. Como soy bien curiosa, me quedé calladita y quietecita a ver que hacía. ¿Saben que hizo?; llevó sus bellaquitas manos a mis rodillitas y comenzó a acariciarlas muy suavemente. Eso parece que encendió una abrumadora bellaquera en sus subalternos, que ambos pararon a mi lado. Ambos, muy confianzudos, como si me conocieren de toda la vida, comenzaron a sobarme lascivamente, mis batatitas, mis muslitos hasta llegar a mis nalgüitas. El jefe se levantó y colocó en la mesita del frente su Smartphone y lo puso a grabar. Decía que ese videíto le brindaría minutitos de placer cada vez que lo reprodujera. Que cada vez que lo hiciera, se iba a jalara una tremenda puñetita bien vigorosamente. El tipo regresó a la sillita, se sentó, ubicó su
sillita detrás de mí, y comenzó a meter su lujuriosa mano entre mis carnosos musitos.Los sobaba con esta únicabellaquera guiada por la más intensa lujuria jamás percibida. De repente, el Smartphone sonó, la llamada entrante canceló la grabación. Eso encabronó al jefe que bien encojonao se levantó a contestar. Era su supervisor, parecía que le estaba reclamando. Mientras tanto, los electricistas proseguían dándose un gusto bien cabrón conmigo. Uno me agarró por mi trencita y llevó mis tiernecitos labios contra los suyos, me plantó un jodío beso francés, en el cual me metió su gruesa y babosa lengua, apestosa a cigarrillos, en mi calientita boquita y la exploró toíta con ella. Luego comenzó a chuparme mi lenguita como si fuese un caramelo, pues el tipito recalcaba, que mi boquita sabía a fresas. El seguía chupándomela hasta que llenó mi boquita con su babosa salivita. Sus lascivas manos no se quitaban de mis muslitos, los seguía sobando apasionadamente. Mientras tanto, su jefe seguía clavao al Smartphone discutiendo con su supervisor. El otro electricista, que sobaba mis nalguitas, intentaba una y otra vez, infiltrar sus bellaquitos dedos entre mis panticitos, para así, alcanzar mis gajitos. La perseverancia le rindió frutos. El tipito alcanzó mis tibios gajitos y los frotó frenéticamente y sin compasión. Sus dedos se empaparon con mis juguitos chochales, los cuales se llevaba a su boca y los degustaba. Eso lo volvió tan y tan loquito, que se arrodilló y comenzó a darme una brocha bien calientita y rica. Decía que yo sabía bien sabrosa, que era como saborear una suculenta ostra. El jefe, que seguía atendiendo la llamada de su supervisor, estaba bien encabronaíto, pues no podía participar. Así, que con sumo enojo, se bajó la bragueta, se sacó su morronga y comenzó a puñetiarse ferozmente. Los dos electricistas cambiaron de posición, pues el que me estaba chupando mi lenguita, quería darme brocha en mis gajitos. El tipo que estaba dándome brocha bien rico, comenzó a chuparme mi lenguita, su asqueante boca sabía a cigarrillos, ron barato y a mi chochita. El otro metió su babosa lengua profundo en mi chochita. La retorcía vigorosamente provocando que mi chochita supurara mucho más jugo de adolecente. Mientras su jefe alternaba su mano entre mis muslitos, y su pingo, mientras atendía a su supervisor a través de su Smartphone. Él se puñetiaba vigorosamente un ratito, y otro ratito me sobaba mis muslitos. Cuando terminó de atender al supervisor, el jefe de los electricista, le indica en un tono molesto a sus electricistas; ¡muchachos!; tenemos que irnos, la corporación nos llama. ¡ya no podemos seguir disfrutando de esta bebita! Los dos electricistas se encabronaron un cojón. Estaban bien encojonaos. Así que, terminaron de recoger sus pertenencias y se marcharon dejándome con un lapachero de placer en mi chochita.