× Pasé de nivel, ahora me encuentro en el nivel pre vocacional del colegio. Es un tremendo cambio, personal nuevo, nuevas amigas. He crecido un poquito, estoy un poquito más flaquita. Pero, como es tradición, to's los empleados aquí, también son machos.
Me contaron las otras chicas, que debo protegerme, de lo contrario, cualquiera de éstos cabrones me pueden coger en algún sitio solitario, darme una senda clavá y dejarme bien preñaíta. Pero como sigo siendo, una nena, bien curiosita, quise averiguar la veracidad de los cuentos. No tardé mucho en comprobarlo. Mis nuevas compañeras he habían advertido, que los 2 conserjes, siempre querían probar y difrutar de las prepitas recién llegadas.
Esa tarde, después de que todas las estudiantes se habían ido, me encontraba solita en la biblioteca, pues me gusta estudiar a solas.
Allí estaba uno de los conserjes, un tipo bien barraco. Se quedó contemplándome con esta única expresión de lujuria y bellaquera, parecía que emanaba un corrompido deseo por sobar y clavarme despiadadamente.
Era el tipo más feo que jamás haya visto, emanaba una terrible peste a cigarrillos, a ron y a falta de baño. Quiso venir a manosearme, le advertí, que conmigo no iba a satisfacer sus bellaqueras, el tipito captó el mensaje y me dejó tranquilita.
Al segundo día, el otro conserje, un horrendo adefesio que despolvaba los anaqueles de la biblioteca, me interceptó y me acorraló entre los anaqueles, y me dijo, que tenía la vista puesta en mí, que estuvo estudiando mis pasos el día anterior, y que esta vez, no tendría escapatoria. Dis que, él tenía la pesada tarea de inspeccionar y probar la mercancía nueva.
También advertí, que a mí no me iba a tocar, que yo no soy mercancía. Pero en un fugaz movimiento, me agarró por la cinturita, me subió la faldita, removió con sus dientes mis panticitos, y con su babosa lengua apestosa, se abrió paso entre mis nalguitas y comenzó a darme bien lujuriosamente una brocha bien babosa y caliente. Traté infructuosamente de liberarme de sus garras. Este jodío ogro estaba invadido por una puñetera bellaquera, que mataba mi curiosidad. Solo quería liberarme de él. El me estaba dejando un jodío lapachero de baba de macho entre mis nalguitas.
Pude zafarme de él y me marché.
Al día siguiente, después de haber finalizado el día escolar, yo tomaba agua en la fuentesita en la entrada de la biblioteca, y allí apareció una vez más el pervertido, sudoroso y hediondo, sin mediar palabras se sacó su apestosa morronga, me sujetó por mi cinturita y ferozmente comenzó a darme un chino bien cabrón.
Luego me susurró que lo que deseaba era clavarme despiadadamente por detrás.
Así que me sujetó ferozmnete, me levantó mi faldita, me rompió mis panticitos y sin misericordia me metió despiadadamente su rebozante morronga por detrás. Me sacaba los peos, una y otra vez, cada vez que me penetraba con esa gruesa y larga morronga. Lo hacía con tal terrible crueldad, que lágrimas corrían por mis mejillas a causa del intenso dolor.
Continuó así, hasta que sus berrendos cojones descargaron todo ése néctar de pingo bien profundo en mí.
Terminó diciéndome, que yo había sido la mejor nena que había clavado. Que iba a correr la voz para que otros también disfrutasen de mis encantos. Eso me pasa por curiosa… ¡puñeta!