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Todos saben que soy muy pícara, traviesa y curiosa. También me gusta provocar y tentar a hombres pervertidos vistiéndome con cortitas falditas y mini vestiditos. Sé que tengo un cuerpecito deseable por machos cabríos y bellacos. Me gusta mostrar toditos mis atributos y encantos.
Por tal razón, cuando me tocó cumplir con mis horas comunitarias; tomé la decisión de hacer uso de mis dotes. Detesto esa clase, pero es requisito de graduación.
Me ofrecían múltiples opciones, como trabajar con apestosos ancianitos, ayudar en hediondos hospitales, trabajo de limpieza municipal o ayudar en una tienda.
Tenían que ser 30 minutitos, dos veces en semana, durante un semestre. Así que tomé la vía rápida pues no quería joderme mucho. Seleccioné ayudar en una tienda. Así que fui a esta tienda para adultos y hable con el dueño, le expliqué y él aceptó. Me dio un horario. Viernes de 9 a nueve y media de la noche.
Había escuchado rumores dichos por mi bellaquito vecino, el camionero, de que ésa tienda se llena de pervertidos por las noches, los fines de semana. Buscan placer metiendo sus morrongas por unos hoyos en los cuales por el otro lado hay chicas disponibles para atragantarse con esas morrongas.
Asumí que ése era el sitio ideal para realizar mis horas comunitarias. Tenía mucha curiosidad por averiguar la veracidad de los rumores; pues el camionero y mi tío se pasan allí metidos.
Me tocó mi primera noche y el dueño me dijo que entrara en una cabina y atendiera todo lo que se presentara. La cabina estaba en penumbras, tenía un hueco, y el piso estaba bien pegajoso. De repente salió por el hueco una morronga prieta. Era la salchicha venosa más gorda y larga que haya visto. Me quedé congeladita.
Por el intercom escucho al dueño que me dice… -bebé; tu tarea será, darle amor y cariño a todo lo que salga por ahí.- Me metí ése mamerro a mi tierna boquita. Casi no me cabía. Solo le podía dar amor y cariño con mi lenguita a la cabecita de ése animal. Del otro lado escucho una voz que me dice, -traga mas mi nena linda.- ¡Reconocí esa voz! Era el negro Garca. Mis hermanitas y yo siempre le huimos a ése tipo pues una vez se clavó tan y tan duro a mi amiguita Daina durante una hora, que la mandó derechito al hospital. El negro Garca estaba protestando porque yo no podía tragar más de un tercio de esa vigorosa anaconda prieta. De momento se abrió la puerta, era el dueño. Me agarró por mi cabecita, y me empujó ésa manguera de bombero toíta hasta que mis labios tocaron sus berrendas pelotas. Me estaba atragantando con esa morronga. El dueño me dijo… así es que lo debes hacer bebé; debes luchar con unos berrendos y carnosos pingos; y no puedes vomitar ni una gota del jugo de cojón. Debes tragarlo todito. ¿Verdad que es bien rico ése sabor a macho?- me dijo.
Eso me encabronó y le contesté… ¡viejo cabrón!
Entonces, el me agarró por mi pelo e hizo que el negro Garca me emujara bien vigorosamente esa morronga profundo en mi gargantita.
Mis ojitos se desorbitaron. Mi gargantita sufría. Estaban ultrajando mis amigdalitas. Entonces cuando el negro iba a explotar en leche de macho, el dueño me sacó ése mamerro de mi gargantita, y lo dejo a menos de la mitad. Para que explotara en mi húmeda lengüita. El quería que saboreara la crema pastosa del negro. Me la tragué todita. Pero. Como todas las leches de macho, sabía asquerosamente mala. Solo habían pasado 7 minutitos. El dueño me sacó una foto, y dijo que aún faltaban 21 pervertidos más, y que yo podía ordeñarlos a toítos en 23 minutitos. -¡Váyanse to's pa'l carajo!- Les dije. Mejor me voy a cuidar apestosos viejitos.